Este
trabajo lo mostré, junto a los dibujos/collages de la entrada anterior, por
primera vez en 1990.
Supuso
el cambio a esa manera de hacer que se mantiene hasta hoy: elegir imágenes que
adopto y archivo sin un motivo aparente: en una suerte de música del azar ellas
me llaman y yo necesito guardarlas.
Y ahí
hay cientos de fotos que he ido tomando a lo largo del tiempo. Cualquiera de
ellas puede servir en cualquier momento. Así que, cuando estoy en una nueva
pintura y las vuelvo a mirar, ellas pasan desapercibidas o reclaman mi
atención. Yo me dejo, porque me llegó muy hondo aquello del automatismo que,
sobre todo al principio, influyó a los surrealistas. (En su base el automatismo
está nutrido de las teorías freudianas, pero se acerca más a la psicología
analítica de Jung, ya que no trabaja con base en los sueños sino que pretende
abrir una ventana al interior).
Y,
además, ahora sé que si tú no fuerzas nada lo que va saliendo tiene un valor
inefable. La postura humilde de mediador permite que sucedan cosas distintas a
las que acontecerían si yo marcara un camino. La narración, si es que hay
alguna (el espectador participa de la creación construyendo la suya propia), es
así una narración poética, de insinuaciones, que se ha ido confeccionando por
sí sola. El camino se va haciendo, el cuadro va cantando su propia canción.
El título genérico es Diario apócrifo de Marzauán. El tamaño de los nueve primeros es 90 x 125 cm. y están realizados con óleo sobre lienzo. El décimo es de 80 x 150 cm. y está realizado con óleo sobre tabla (un tablero reciclado).